lunes, 15 de junio de 2015

La locura del teatro



Hay quienes piensan que los actores estamos todos locos. Y lo mejor... es que llevan razón. Lo que no sé es porqué ven la locura como algo negativo. La vida solo es soportable básicamente en tres estados: borracho, drogado o loco. Para el alcohol y las drogas no tenemos ni cuerpo ni dinero, así que volvámonos locos. Loco de atar, loco de amor... ¡o loca del coño!

Pensad que un actor es como un juguete al que desmontaron un día y al intentar volver a montar las piezas encajaron de distinta forma. Desde entonces hablan diferente. Ven diferente. Se mueven diferente. Pero sobre todo, sienten diferente.

Un actor es como las vecinas de toda la vida, necesitan llevar varias vidas hacia delante para sentirse completamente plenos. Pero no lo hacen por simple curiosidad o por puro morbo, como tus contactos de Facebook, no. Lo hacen porque tienen tanto que mostrar, tanto que decir, tanto que sentir, que una sola vida, una sola voz y una sola historia se les queda muy muy cortas. Demasiado cortas.

Bendita locura y bendita necesidad de crear personajes e historias que le dan sentido a la magia del teatro. El teatro que es como un gran espejo en los que en los que todos deberíamos mirarnos de vez en cuando para practicar el más sano de los ejercicios: el de la autocrítica.

Para reírnos de nuestros defectos, para aprender de nuestros errores, para recordar el pasado o imaginar el futuro, para llorar con nuestras tragedias y dejarnos llevar por nuestras pasiones.

Porque unos ojos perfilados ven mucho más lejos. porque con la piel maquillada se siente de otra manera, porque una cabeza con peluca es mucho más lúcida y porque unos labios pintados besan muchísimo mejor.

Si, los actores estamos completamente locos, somos unos enfermos, unos yonquis de ese gran veneno que es el teatro.

Viva la locura y todos los que participan de ella.
Viva el teatro y todos los que se miran en él.

Viva la locura del teatro.