viernes, 10 de diciembre de 2010

Pequeños monstruos


A la llegada al recinto los nervios y las casi 18.000 personas que esperaban a la nueva diva/icono del s. XXI hicieron del momento algo especial. Estando allí uno se sentía un poco en el centro del mundo. Y es que pienso que asistir al primer concierto de Lady Gaga en España era algo que no había pensado hasta entonces, pero que es especial, como si ya formara parte de la historia de la música.

Tras una intensa pero mas llevadera de lo que pensaba cola, logramos colocarnos a mitad de pista. Perfecta visión y cerquita de la pastilla en la que terminaba la pasarela, con lo que el algunos momento íbamos a estar bastante más cerca de ella de lo que pensábamos. Un precioso telón semicircular guardaba cuidadosamente la escenografía y los últimos 50 minutos se hicieron interminables, minutos amenazados por los dolores ya de espalda, de piernas, de calor y de ganas.

Se apagan las luces del Estadio y el gentío rompe en un sonoro estruendo. Una lona blanca a modo de pantalla (recurso que se repetirá durante todo el concierto) cubre el telón y comienza un vídeo donde se la ve con body negro, de cuero, fumando, peinado a los años 40 y un poco Madonna, por qué no decirlo. Suena “I´m a free bitch” (“Soy una zorra libre”, con lo que la declaración de intenciones del concierto ya están bastante claras desde el principio). El escenario se ilumina desde dentro, creando sombras sobre el telón y vemos si silueta. Ahora sí que comienza, es ella!! (Yo no puedo evitar llevarme las manos a la cara diciendo una y otra vez “no me lo creo, no me lo creo”, quizá contagiado por la teatralidad del momento) suena “Dance in the Dark”. Y por fin se abre el telón, y la vemos a ella sobre unas escaleras con barandillas de jeringuillas y un escenario inspirado en algún barrio chino de cualquier musical de los 50 con luminosos de neón de mensajes trasguesores y bailarines y músicos en varios niveles.

Desde ahí todo es reflejo de Lady Gaga: teatralidad; estilismos imposibles (14 cambios creo q conté, en los que vimos encajes, pelos, plástico, lentejuelas, cuero, chapas, flecos, fuego, sangre, botines brillantes y todo lo que uno espera ver puesto en ella); coreografías increíbles (como el cuerpo de sus bailarines); una escenografía cambiante, oscura y sorprendente; plataformas que suben; monstruos que aparecen en escena; una gran voz y sobre todo trabajo, un gran trabajo que ves detrás de todo aquel maravilloso espectáculo.

Al presenciar todo aquel montaje me vino a la cabeza aquello de “Arte Total” del que hablaba Bob Wilson y el que se persigue en todas las óperas modernas. Porque te das cuenta de que todo es arte, con mayúsculas. Desde los vídeos (que se utilizaban para sus cambios de vestuario y de escenografía y que para mí cortaban un poco el ritmo del espectáculo, aunque entiendes que tenga que ser así y sean pequeñas obras de arte audiovisual, un poco “anuncio de H&M”) hasta los modelazos que luce, todos grandes muestras de originalidad, ingenio, diseño, patronaje y costura. Hacer de lo efímero, de lo surrealista, de lo grotesco o incluso de lo expresionista una realidad sobre el escenario es una empresa nada fácil y ella lo consigue con creces.

Cantó (muy bien, por cierto), bailó (lo da todo) y habló. ¡¡Mucho!! jajaja. Siento no poder contra lo que decía, mi limitado inglés no me lo permite, pero el tono era reivindicativo y provocador. Teatral (valga la redundancia), grotesca, sexual... Recuerda a Madonna, claro, como a Bowie, a Queen o al universo de Tim Burtom.

Momentazos de la noche: por supuesto temas como “Love Game”, “Telephone”, “Boys boys boys” en los que todos cantábamos a coro (yo haciendo playback, clara); “Alejandro”, en la que hubo una catarsis colectiva y por fin, cerrando el show, la esperadísima “Bad Romance”, con la que viví uno de los momentos más explosivos, vibrantes, emocionantes y especiales de mi vida. Es muy fuerte corear con 18.000 personas un temazo como este, delante de la mismíma Lady Gaga envuelta en sus aros plateados. Irrepetible. Es una delicia ser uno de sus "pequeños monstruos" (como denomina a sus fans), con paso de baile incluído.

Creo como Alaska (en su maravilloso artículo del El País este fin de semana) que por derecho propio y con aplastantes datos la neoyorquina (por qué no será neoyorkina?) se postula como una nueva Reina del Pop (sin desplazar a otras, sino todo lo contrario) y que su reinado va para largo.