miércoles, 25 de agosto de 2010

Los coleccionables en los kioskos y los anuncios de la vuelta al cole eran como voces que anunciaban en su interior los últimos coletazos del verano. Deseó con todas sus fuerzas que fuera Otoño, que lloviera, que hiciera frío, mucho frío. Sin embargo, el verano aún no daba tregua ni a las temperaturas ni a sus deseos. Así, la vuelta a su rutina fue un poco mas seca. Más dura. Deseaba suavizar el momento con algo de música, pero su iPod estaba descargado y no hizo ni tan siquiera el amago de encenderse. Pensó en alguna canción, cualquiera, pero no se le ocurrió ninguna. Y de repente ahí estaba él, con su coche parado en el semáforo, las ventanillas abiertas y la música alta, muy alta. Conocía esa canción. La cantó casi sin querer. Cruzó su mirada con la del conductor y cantaron juntos el estribillo, mirándose fijamente, moviendo los labios a la vez. El verde del semáforo puso fin al momento, a la música. Mientras miraba el coche alejarse llevándose consigo aquella banda sonora pensó si era posible hacer el amor en plena calle con tan solo mirarse a través de la ventanilla de un coche... No tuvo que contestar, su cuerpo ya lo había hecho por ella.

lunes, 9 de agosto de 2010


Hacía dos veranos que el corto de las bermudas masculinas había subido al menos dos dedos por encima de las rodillas. Los piratas, tan utilizados años atrás, se veían ya pasados de moda y poco favorecedores según ella. Sin embargo, cuando lo vio a él, con sus piratas de corte militar no tuvo absolutamente nada que reprochar. A la sombra de aquel árbol inmenso bajo el que se había refugiado del calor esperando Dios sabe qué, le pareció un oasis urbano en aquella calurosa mañana de agosto. Aún no lo sabía, pero aquella noche su vida cambiaría para siempre. Quizá por eso sus ojos, oráculos ignorantes, veían aquella mañana el mundo de otro color.

domingo, 8 de agosto de 2010

Siempre le molestaba muchísimo sentir la necesidad de ir al baño justo después de ducharse. Era como ensuciarse demasiado pronto. Cuando tiró de la cisterna pensó que el fondo de aquel retrete nunca se veía blanco del todo, por más que lo limpiara. Todos los días lo veía y todos los días decidía que aquel no era el momento de pensar en ello. En realidad en lo que no quería pensar es que aquel fondo amarillento era el resultado de aquel hombre que estrenó aquel baño, aquella cama y sus ganas cuando ni tan siquiera había agua en su nueva casa.

sábado, 7 de agosto de 2010


El rayo de aquel sol tempranero que se colaba insolente entre las grandes hojas de las plataneras estaba a punto de llegar a sus pies. Quería encoger las piernas, huir de aquella luz amenazante que avanzaba lentamente devorando las sombras (en esa época del año el sol es como un arma de destrucción masiva en el sur) pero era incapaz de moverse dentro de aquel paraíso efímero en el que se había convertido su parada matinal para leer el periódico y fumar el primer cigarrillo del día, ese cigarro furtivo que se fumaba siempre sola, casi a escondidas, casi avergonzada, para no tener que dar ninguna explicación de por qué le apetecía fumar tan temprano, sin ni siquiera haber desayunado aún. No era lo único de lo que se avergonzaba.